Estos
sujetos tienen una fácil identificación y se caracterizan por tener una
verborrea propia de los autores más prolíficos a la hora de calificar y
describir al árbitro y de recordarle su árbol genealógico, deporte éste
nacional, a la vez que lo hacen de viva voz. Suelen actuar solos, arropados por
su séquito de esbirros que aplauden y jalean cada una de sus acciones.
Da
la casualidad que la persona que ejerce de árbitro de su hijo/a tiene en muchos
casos cinco o seis años más que éste, lo que agrava aún más su actuación.
Mientras, su hijo/a avergonzado del espectáculo con que está deleitando su
padre a todos los presentes, se refugia cabizbajo en la soledad del banquillo.
Estos
personajes no son aficionados al deporte ni representan a sus hijos, que en
muchas ocasiones al crecer al amparo de estos hechos adoptan malas artes
impropias de su edad.
No
es justificable bajo ningún concepto que estos sujetos se dediquen desde que
comienza el partido a proferir gratuitamente insultos, descalificaciones y todo
tipo de agravios contra la persona del árbitro, que como he mencionado antes,
en edades de formación son niños, pudiendo causarles perjuicios a corto y medio
plazo de carácter psicológico, empujándoles en la mayoría de los casos a dejar
el arbitraje. Desde las Federaciones, Clubes y Organismos deben velar por el
buen funcionamiento de las competiciones
pero sobre todo por erradicar y sancionar estos comportamientos que son contrarios
totalmente a la deportividad y fair play.
Por
tanto, aceptamos la figura del padre-entrenador como animal de compañía en los
campos de fútbol y pabellones pero todos debemos perseguir y acabar con los
radicales que invaden y contaminan el deporte base.
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