La figura de padre lleva
aparejada la condición de entrenador, eso es innegable. Basta con pasearse un
sábado o un domingo por cualquiera de los campos de fútbol o pabellón de
cualquier ciudad española para observar cómo todo progenitor que tenga a su
pupilo en el terreno de juego imparte instrucciones y se cree en uso de la
razón cuando da las indicaciones. Sé que Rafa Nadal ha hecho mucho daño en los
hogares españoles, que su historia ha calado muy profundo en las cabezas de
todos los padres de este país que creen que poniéndole una raqueta, balón o
bicicleta al niño/a según sale del vientre de la madre van a tener a un Jordan,
Messi o Induraín. Estos genios salen en una proporción de uno entre un millón y
entiendo que todo padre tenga la ilusión de poder sentarse en un palco de la
pista central de Wimbledon, del Bernabeu o estar en el box de Ferrari, pero la
sociedad debe naturalizar esta situación y darle la importancia que realmente
tiene.
En este país, si hiciéramos una encuesta a los padres sobre qué futuro
quieren para sus hijos, una mayoría del 80% diría que deportista profesional,
estoy convencido. Curioso el dato, que nos demuestra el status social que posee
el deportista en la actualidad y la importancia del deporte en este país en
comparación con otros países que no invierten tanto en deporte pero que
económicamente son más estables que España.
Quiero terminar aconsejando
a todos los padres de España que cedan las competencias en cuanto a deporte se
refiere a sus entrenadores y educadores, que disfruten viendo a su hijo/a
practicar el deporte que sea, que en edades de formación el resultado no es lo
importante (punto este en el que hay que hacer especial hincapié ) y que no
agobien a los niños poniéndoles los VHS de cuando el Real Madrid ganó la
séptima, la octava o la novena, el DVD de la final de Wimbledon entre Rafa y
Federer o los cinco Tour de Induraín. Ahora toca Dora la exploradora, Bob
Esponja y Los Gormiti. Lo que tenga que ser, será.
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